La escritora Anne Tyler publicó en 1985 «El turista accidental», un excelente libro que sería llevado al cine en 1988 bajo la dirección de Lawrence Kasdan con gran exito, gracias, entre otras cosas, a las excelentes interpretaciones de Geena Davis y William Hurt y la siempre inspiradora música de John Willams.
Cuenta la historia de Macon (Hurt), un adusto escritor de guías de viajes para hombres de negocios que tras perder a su hijo en un accidente, es abandonado por su mujer. Su estructurada vida desaparece. Inmerso en la depresión y en un estado de parálisis emocional, recorre preciosos destinos sin apenas reparar en ellos, describiéndolos en sus guías de forma desapasionada, con apatía e indiferencia. Hasta que conoce a Muriel (Davis), una mujer espontánea y vital, absolutamente diferente a él y que poco a poco le hará abandonar su mundo gris introduciendo de nuevo la alegría en su vida.
Son muchos los ejemplos de libros y películas en las que el protagonista hace un viaje geográfico, con un propósito concreto, que queda finalmente olvidado porque el verdadero viaje ha sido su transformación interior.
Los Macons de este mundo recorren países, mundos e incluso personas sin reparar en ellos. Decía Pavese que «viajar es una brutalidad». Pavese era un Macon que añoraba su almohada cuando viajaba. Y no era el único, puesto que cientos de Mascons hechos y derechos recorren los aeropuertos del mundo portando su propia almohada, en una mezcla de infantilismo y nula confianza en que hallarán una mejor.
«El racismo se cura viajando» es una de las frases más conocidas de Unamuno. Modestamente, creo que estaba equivocado. Los Macon de este mundo viajan con sus almohadas y sus prejuicios y regresan con ellos. Lo que han visto y escuchado les reafirma en lo que ya pensaban sobre el destino visitado y quienes lo habitan. Sólo hay que escucharlos a la vuelta para entender que no han entendido.
Las Muriel de este mundo viajan de otra manera. Prestan atención, disfrutan y son capaces de superar las dificultades aunque sean muchas, de intentar comprender los sentimientos ajenos y ver más allá de lo aparente, aunque lo aparente sea tan complicado y difícil de descifrar como el propio Macon.
Fernando Pessoa aseguraba que «lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos».
Así pues, la pregunta es obvia: ¿somos Macon o somos Muriel? ¿Viajamos sin ver ni aprender, o intentamos extraer algún rayo de luz que nos haga comprender mejor ese mismo mundo por el que viajamos? Y no me refiero sólo a países exóticos y lejanos, sino al universo cotidiano y pequeño que habitamos y al viaje más importante, que es nuestra propia existencia.
«El camino es la vida”, escibió Kerouac. ¿Aprendemos algo al recorrerla, somos capaces de abandonar viejas ideas e incorporar nuevas, somos capaces de «desaprender» para hacernos, entre todos, el trayecto más cómodo.? Habrá que intentarlo.
Habrá que descubrirlo.
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