En Suecia son muy populares y numerosos los “llopis”, mercadillos que los vecinos instalan en sus jardines, garajes o áticos para vender sus posesiones. El paraíso para los amantes de la nostalgia, las antigüedades, las reliquias y los objetos de décadas cercanas, pero ya tan lejanas a la vez.
Además de estos mercadillos, muy numerosos, es habitual encontrar subastas del contenido de casas enteras. Muebles, enseres de cocina, joyas, objetos decorativos, ropa…Todo, absolutamente todo se puede subastar en un día. Docenas de curiosos y compradores pasean por la casa observando lo que perteneció a otros. Y otras tantas docenas, si el tiempo lo permite, se instalan en el jardín de la casa subastada provistos de sillas plegables, cestas de comida, una copita de vino y el ánimo alegre para disfrutar de una agradable jornada al aire libre.
En los “llopis” se puede encontrar absolutamente de todo a precios razonables. Los objetos que alguien alguna vez amó- u odió- pasan de mano en mano con facilidad. No son pocos los animistas que creen que los objetos tienen alma propia. O que un objeto mantiene el espíritu de quien un día lo poseyó. Sería discutible en un jarrón. Pero es indiscutible en los cientos de fotografías antiguas de personas muertas hace décadas que siguen observando desde el papel a su nuevo propietario. A menudo, en mercadillos cercanos y lejanos, no he resistido la tentación de comprar algunas en el mismo marco en el que alguien algún día las colocó. Es difícil dejarlos allí, en montones anónimos, abandonados a su suerte. Es casi imposible sustraerse a esas miradas sin preguntarse quién fue esa mujer, esa joven, ese hombre. Que vivió, que vio, que le parecería nuestro mundo ahora. Soy partidaria de quemar todas las fotografías personales en vida. Me da cierto pudor pensar que alguien pueda encontrar una imagen mía en un puesto callejero y hacerse preguntas. Y no tendrá respuestas.
Los mercadillos suecos, como todos los mercadillos del mundo, son un evidente canto a la nostalgia, una “enfermedad” en la que es fácil caer y que soy partidaria de erradicar en lo posible dado que -teniendo ya menos tiempo de vida que el vivido- mejor emplearlo en mirar hacia lo que está por venir.
Los “llopis”, como digo, son un canto a la nostalgia. Pero también a la confianza absoluta.
Una puede entrar en el inmenso garaje de una casa y encontrar desde carísimos equipos de esquí hasta cuberterías de plata con una modesta etiqueta pegada marcando el precio. Y sobre una mesa, un cuaderno para que tú misma apuntes qué te llevas. Y una cajita de cartón con dinero para que pagues y recojas el cambio. Por supuesto, nadie vigilando, nadie sospechando. Los suecos confían en que tú harás lo correcto. Y por supuesto, lo haces. A pesar de la tentación. Porque sinceramente: la tentación está ahí. La tentación de llevarse todos los objetos del garaje sin pagar y sin mirar atrás.
¿Tenemos todos un alma corrupta? Puede. Quizás también la tuvieran esas personas de los retratos que murieron hace décadas. Quizás ese jarrón aparentemente inocente que se compra en el “llopis” lleva impregnada un alma negra y ruin. La diferencia es que en Suecia, una viceministra tuvo que dimitir por desviar dinero público para comprar dos chocolatinas. En Suecia es inconcebible violar la confianza de los demás. Y actúan en consecuencia. Si das confianza, obtienes confianza.
Una visión muy particular. ¿La sociedades católicas son más corruptas que otras? Buena reflexión.
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